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sábado, 1 de agosto de 2015

La última entrevista de John Lennon

PARTE 1

 

La tarde del viernes 5 de diciembre de 1980, John Lennon habló con el redactor de ROLLING STONE Jonathan Cott, durante más de nueve horas en su apartamento del Upper West Side neoyorquino y en el estudio Record Plant. Tres noches después, Lennon sería asesinado cuando volvía a casa después de unas sesiones de grabación.
Estaba previsto que la entrevista fuera el tema de portada del primer número de la revista en 1981, pero, tras el asesinato de Lennon, Cott prefirió escribir un obituario y utilizó muy poco material de sus conversaciones. Este es el el texto completo de la última gran entrevista de Lennon: la conversación alegre, escandalosamente feliz, inspiradora, valiente y subversiva que compartió con nosotros aquella noche, mientras se preparaba para regresar al primer plano de la actualidad tras cinco años de vida privada junto a Yoko Ono y su hijo pequeño, Sean.
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“¡Bienvenido al sanctasanctórum!”, dijo John Lennon, saludándome con una animada y fingida ceremoniosidad en el precioso despacho que Yoko Ono tenía en su apartamento del Dakota. La fecha, el 5 de diciembre de 1980. Me senté en un sofá cerca de Yoko, y ella empezó a contarme cómo surgió la idea de su nuevo disco en colaboración, Double fantasy: la primavera anterior, John y su hijo Sean estuvieron tres semanas de vacaciones en las Bermudas mientras que Yoko se había quedado en casa “resolviendo unos asuntos”, según me dijo. Mientras estaban en Bermudas, John le telefoneó para contarle que había llevado a Sean al jardín botánico y que habían encontrado una flor llamada Double fantasy [Doble fantasía]. “Es un tipo de fresa”, diría John después, “pero lo que significa para nosotros es que dos personas tienen la misma imagen en el mismo momento. Ese es el secreto”. 
“Una noche estaba en un club de las Bermudas”, interrumpió John sentándose en el sofá, y Yoko a su vez se levantó para traer un poco de café. “En la planta de arriba, pinchaban disco, y en la de abajo, me pareció oír Rock lobster, de B-52’s por primera vez. ¿La conoces? Suena a la música que hace Yoko, así que me dije, ‘¡Es el momento de desenterrar el viejo hacha y despertar a la mujer!”. Ella y John hablaban todos los días y se cantaban las canciones que cada uno había compuesto entre llamada y llamada.
“He oído”, le dije a John, “que tu guitarra ha estado colgada encima de la cama durante los últimos cinco o seis años y que sólo la has cogido últimamente para tocar en Double fantasy”.
“Me compré una preciosa guitarra eléctrica en la época en la que volví con Yoko y tuvimos al bebé”, dijo John. “No es una guitarra normal; no tiene cuerpo. Es sólo un mástil y algo parecido a un tubo, a un tobogán, y puedes alargar la parte de arriba para equilibrarla dependiendo de si estás sentado o de pie. La toqué un poco, y luego simplemente la colgué encima de la cama, pero solía mirarla de vez en cuando, porque la pobre nunca había participado en ninguna grabación profesional, nunca había sido tocada de verdad. No quería esconderla como alguien escondería un instrumento al que duele mirar –como cuando Artie Shaw pasó por aquello y no quiso volver a tocar el clarinete nunca más. El caso es que yo solía mirarla y pensar, ‘¿La bajaré de ahí alguna vez?”.
“A su lado, en la pared, coloqué el número nueve y una daga que Yoko me había regalado… una daga de la Guerra Civil americana hecha a partir de un cuchillo para cortar el pan, para cortar las malas vibraciones, para cortar simbólicamente con el pasado. Y hace poco que caí en la cuenta, ‘¡Por fin! Acabo de descubrir para qué compré esta guitarra,’ la descolgué y la utilicé para hacer Double fantasy”.
“He estado escuchando Double fantasy una y otra vez”, le dije, dispuesto a acosarle con otra pregunta. John me miró con una sonrisa de esas que paran el tiempo, y la entrevista. “¿Cómo estás?”, me preguntó. “Estas últimas semanas han sido como un reencuentro para nosotros. Hemos visto a Ethan Russell, que ha grabado un par de vídeos para dos de las nuevas canciones, y también a Annie Leibovitz. Ella hizo mi primera foto para una portada de Rolling Stone. Ha sido divertido volver a ver a todo el mundo a quienes conocíamos y volver a hacerlo otra vez. Todos estamos vivos. ¿Cuándo nos conocimos por primera vez?”.
“Yo os conocí a Yoko y a ti el 17 de septiembre de 1968”, dije, recordando el primero de muchos encuentros posteriores. Fui un tipo con suerte, en el lugar adecuado en el momento justo. John había decidido convertirse en una figura más “pública” y desmitificar su imagen como Beatle.
Él y Yoko, a quien John había conocido en noviembre de 1966, se estaban preparando para las protestas en cama por la paz de Ámsterdam y Montreal, y pronto publicarían Two virgins, la primera de sus grabaciones experimentales con sus “ruidos, sonidos y aires” shakesperianos. La portada del disco –el célebre retrato frontal de ellos desnudos – honraría las páginas del especial primer aniversario de la edición americana de ROLLING STONE. John acababa de descubrir esta pobre revista musical de San Francisco y había accedido a concedernos la primera de las entrevistas de su nueva vida pública. Como editor europeo, me pidieron que visitara a John y a Yoko y que llevara conmigo a un fotógrafo (Ethan Russell, quien más tarde haría las fotos del libreto interior de Let it be). Así que, con nervios y excitación conocimos a John y a Yoko en su residencia temporal en Londres.
La primera impresión es generalmente la más acertada, y John fue elegante, encantador, exuberante, directo y juguetón; recuerdo darme cuenta de cómo escribía pequeños recordatorios para sí mismo de la misma forma absorta con la que un niño dibuja un sol. Tenía que irse media hora después a unas sesiones de grabación para el White album, así que habíamos acordado volver a encontrarnos al día siguiente para hacer la entrevista, pero John y Yoko nos invitaron a Ethan y a mí a asistir a las sesiones de aquel día, para grabar Birthday y Glass Onion en los estudios Abbey Road. (Recuerdo intentar convertirme en invisible detrás de unos altavoces gigantes para no molestar a los otros tres Beatles, ya visiblemente desconcertados).
Cada nuevo encuentro con John abría nuevas perspectivas. Una vez, en 1971, me encontré con John y Yoko en Nueva York. Una amiga y yo habíamos ido a ver la película Conocimiento carnal, y después nos encontramos con los Lennon en el vestíbulo del cine. Iban acompañados por el activista social Jerry Rubin y un amigo suyo, y nos invitaron a ir al restaurante exótico Ratner en el East Village para tomar unos crepes de queso. Allí, un venerable hombre joven con pelo largo se acercó a nuestra mesa y sin decir una palabra le dio a John una tarjeta con un conciso dicho del yogi Meher Baba. Rubin dibujó una esvástica en la parte de atrás de la tarjeta, se levantó y se la devolvió al hombre. Cuando volvió a la mesa, John le regañó un poco, diciéndole que esa no era la forma de cambiar la conciencia de alguien. Aunque solía ser mordaz y escéptico, John Lennon nunca perdía su sentido de la compasión.
Casi diez años después, estaba hablando de nuevo con John, y él seguía teniendo la misma gracia e ingenio que cuando le conocí. “Creo que debería describir a los lectores lo que llevas puesto, John”, le dije. “Deja que te ayude”, se ofreció, y entonces entonó con ironía: “Puedes ver las gafas que llevo puestas. Son normales, de plástico, con montura azul. Nada parecido a aquellas famosas de metal que dejó de usar en 1973. Llevo unos pantalones de pana, las mismas botas negras de vaquero que me hice en Nudie’s en 1973, un jersey Calvin Klein y una camiseta de Mick Jagger rota que conseguí en la gira de los Stones en 1970, más o menos. Y alrededor del cuello un pequeño collar de diamante de tres piezas con forma de corazón que compré como regalo de reconciliación después de una pelea con Yoko hace muchos años y que más tarde ella me devolvió como una especie de ritual. ¿Vale así?”. Y siguió: “Pero sé que tu fecha de entrega del artículo es el lunes, así que ¡vamos a seguir con ello!”.
Double fantasy es la primera grabación que has hecho en cinco años y, para citar tu canción The ballad of John and Yoko, “qué bien teneros de vuelta a los dos”.
Pero esa ilusión de que yo me aislé de la sociedad fue un chiste. Yo era una persona igual al resto; trabajaba de nueve a cinco – haciendo pan y cambiando pañales y cuidando al bebé. La gente no paraba de preguntar: “¿Por qué desapareciste, por qué te escondiste?”. Pero yo no me escondía. Me fui a Singapur, a Suráfrica, Hong Kong y las Bermudas. He estado en todos los sitios del maldito universo. E hice cosas bastante normales, como ir al cine.
Pero no has escrito muchas canciones en estos años.
No escribí ni una nota… ¿Sabes? Tener un niño fue algo muy importante para nosotros. La gente podría haber olvidado cuántas veces intentamos conseguirlo y cuántos abortos hemos tenido, y las ocasiones en las que Yoko ha estado cerca de la muerte… De hecho, tuvimos un bebé que nació muerto. Tuvimos también problemas con las drogas, y un montón de problemas públicos y privados que alimentamos nosotros y nuestros amigos. Pero es lo que hay. Nos pusimos en situaciones muy estresantes, pero al final conseguimos tener el bebé que llevábamos diez años intentando tener, y no íbamos a echarlo a perder. Estuvimos un año sin movernos: hasta practiqué yoga con la señora de pelo gris de la tele [risas].

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